En el Cyber Café jugando MISIÓN IMPOSIBLE y enloqueciendo a la computadora con videojuegos “Nintendo64”

Carlos Zerpa




Muchos de los videojuegos están llenos de violencia e incitan la violencia. De hecho, hay comisiones empeñadas en crear leyes para que estos sean prohibidos con un NO a los juguetes “bélicos y de guerra”. Además, hay padres que definitivamente no le permiten a sus hijos jugar con estos violentos juegos por aquello de que “la violencia engendra violencia”… Sé que estos juegos crean adicción y perturban la tranquilidad de quienes los usan; pero intentemos aquí hacer catarsis y descargar esa agresividad, canalizar esa energía con mucho humor y locura, subvirtiendo el orden, rompiendo las reglas y enloqueciendo a la computadora con estas tácticas para videojuegos de Nintendo64…

Le agradezco a mi hijo Santiago por aproximarme a este mundo y enseñarme cuales eran las reglas para poder después romperlas.

Juego: MISION IMPOSIBLE
Al abrir el juego, tenemos que escuchar las instrucciones del jefe (que se auto destruirán en un minuto), con las cuales se nos orienta sobre lo que hay que hacer y en qué consiste la misión:

LA MISION
Uno tiene que entrar en una casa-mansión en donde se celebra una fiesta de gala. Vestido de tuxedo y portando un arma pre seleccionada, tiene uno que pasar entre los invitados e irse a través de un pasillo hasta localizar en otra sala a la espía llamada “Nina”, matarla antes de que ella te mate a ti y huir en medio de una balacera contra todos los guardaespaldas y agentes secretos, salir a la calle y montarte en el auto en donde te esperan tus compañeros, y huir de la escena a toda velocidad.

¿Qué hacer para enloquecer a la computadora?


Opción 1
Activa el juego para dos participantes pero deja el control del segundo jugador sin tocarlo.

Abre el menú del armamento, pero no tomes ninguna arma, en vez de esto haz doble click sobre el modo de combate “KARATE”.

Tienes que entrar igualmente a la fiesta pero de inmediato te diriges hacia el piano de cola que está al lado derecho al final de la sala. En ese espacio verás a una señora vestida de rojo que toca el piano. Vas y te colocas detrás de ella y la golpeas fuertemente en la nuca con un golpe de “KARATE” (shuto); este es un acto loco e inusual pero que puedes hacer ya que está entre las opciones de combate (modo “KARATE”)… La computadora no entenderá tu acto suicida y descubrirá para ti a los dos agentes secretos que están en la sala. Son dos enemigos encubiertos: el mesonero de la derecha y el hombre que está parado junto a las escaleras. Ellos, lógicamente, te arrestarán y terminará el juego, pero una sonrisa se dibujará en tu cara al ver a la pianista desmayada sobre el teclado.


Opción 2
Activa el juego para dos participantes pero deja el control del segundo jugador sin tocarlo.

En el menú de las armas tomas una Beretta 9 mm. Con silenciador y una Walter PPK9 mm, también con silenciador, apertréchate con cajas y cajas de municiones; haz también doble click sobre el modo de combate “KARATE”.

Te acercas igualmente a la fiesta, entras y te diriges al mesonero de la derecha (ya sabes que es un guardia encubierto) y le disparas en la cabeza con la Beretta con silenciador. Luego le disparas al hombre que está parado junto a las escaleras. Como usaste silenciadores nadie se dará cuenta de lo que has hecho, así que comienza a matar uno a uno a todos los invitados a la fiesta, los que conversan tranquilamente, los que toman sus tragos, los que bailan… Una vez que todos estén muertos en el piso, no te vayas por el pasillo a cumplir con tu misión; móntate encima del piano y desde ahí dispárale a la gran lámpara-araña; ésta caerá estrepitosamente en medio de la sala. Entonces dale una patada de “KARATE” a la mujer vestida de rojo que toca el piano o déjala que siga tocando su música para una audiencia de cadáveres.

Sal de la casa y de la fiesta tranquilo, que la computadora no sabrá cómo responder a este acto “ilógico” tuyo, y dirígete hacia el auto en donde te esperan tus amigos para la huida, pero en vez de montarte abre la puerta y golpea con unos golpes de shuto en modalidad “KARATE” a todos los ocupantes… cruza a pie por el jardín y acércate al lago, no intentes dispararle a los patitos que están plácidamente nadando en el estanque, porque en verdad es “too much”.


Opción 3
Activa el juego para dos participantes pero deja el control del segundo jugador sin tocarlo.

Abre el menú de las armas, toma una Beretta 9 mm con silenciador, una Uzi con silenciador, una Magnum con silenciador, un revolver 38 Smith and Wesson con silenciador y una Walter PPK9 mm también con silenciador y cajas y cajas de municiones; haz también doble click sobre el modo de combate “KARATE”.

Entra a la fiesta pero de inmediato y a la carrera sube por la escalera al segundo nivel, desde ahí dispárale con la pistola con silenciador al agente encubierto que está parado al lado de la misma y al mesonero. Llega al segundo nivel, siéntete como si fueras el agente 007, dispara con tus armas sobre los muros, las lámparas y ventanas. Haz una carita feliz en el gran biombo del fondo como las que hacía Mel Gibson en la película Letal Weapon, dispárale como loco a todas las puertas y a todos los escritorios, dispárale a mansalva a todos los vidrios, lámparas, espejos y cristales quebrándolos y haciéndolos polvo, dispárale a las pantallas de todos los televisores ¡y verás como explotan! Después de destrozar todo, vete al fondo del pasillo y encontrarás otra escalera; baja por ella y le llegarás por detrás a la sala principal. Ahí estará esperándote la seductora “Nina”, la súper espía encubierta. Esa bella mujer vampiresa vestida de negro que está tomando champaña escucha a la mujer que toca el piano. Ella ni sospecha que tú sabes que es una bicha. Deja caer al piso todo tu armamento y aproxímate a ella, abre la modalidad “KARATE” y con la mano abierta dale fuertes y repetidas cachetadas a Nina… Cachetéala a mansalva, dale y dale bofetadas.

Posiblemente sea la única vez en tu vida que puedas pegarle a una mujer.

Avatar

Kira Kariakin


Silenciosa entró en el estudio ese sábado con el objeto de abrazarlo desde atrás y robárselo a la computadora para terminar en el sofá de la siesta, con crema batida incluida. Al sigilo se le sumó la sorpresa cuando vio abarcando la pantalla, a dos senos grandilocuentes y en la simétrica mitad la cabeza de su esposo observándolos en la penumbra. La parálisis del estupor le dio chance de oír el acento cubano mayamero de la mujer mientras le preguntaba a su esposo ¿esto sí, a ti sí te gusta papito, verdá? Retrocedió unos pasos hasta salir, dejó la crema en el ceibó y haciendo ruido volvió a entrar para ver esta vez la inocua página de Facebook y a su marido tipeando algo en el chat.

Con un autocontrol extraño en ella, le preguntó: ¿Quieres alguito, mi amor? Me voy a preparar una merienda. Por toda respuesta, él levantó la mano izquierda como llamándola mientras apagaba la pantalla. Sin más diálogo, la jaló hacia sí y la besó mientras caían en el sofá. Ella todavía en estado de shock por la visión de los estrambóticos pechos, apenas y quiso reaccionar cuando ya estaba enzarzada en una de las mejores sesiones amatorias con su esposo que recordara. La ropa no fue obstáculo para un ímpetu hasta ahora desconocido que casi le hizo perder la consciencia por tanta emoción revuelta. Del sofá se fueron a la cama y allí reanudaron todo de nuevo sin tregua.

Los días siguientes fueron la confusión perfecta. Ella tan segura de que su marido era una maravilla y de que la incipiente calva y su pinta de nerd nunca le causarían mayores dolores de cabeza, ahora tenía la extraña certeza de no saber con quién se había casado. Le perturbaba ser la médium de los pechos cubanos online. Le daba grima. Pero se acordaba del sexo inusitado y parecía un mar lo que se le venía entre las piernas.

Por supuesto, la cosa no podía quedarse allí. ¿Quién coño era la cubana? A quién le debía el extraño favor de la libido exacerbada de su otrora menos proactivo pero óptimo esposo.

Necesitaba revisar los “amigos” de su marido en Facebook, pero cómo. Estaba restringida la vista de los mismos a sólo los amigos comunes -decía él, y que por seguridad y para respetar la privacidad de los demás, así tampoco las entradas de su muro sino sólo las de él. Las fotos se limitaban a las de ambos y una que otra fiesta incluyendo las del matrimonio, pero ahora entendía que esas eran sólo las que ella podía acceder, así como a su estatus de relación de casado y quién sabe qué más. Frustrada entendió que espiarle iba a ser complicado. No tenía la clave de sus perfiles, ni el de Facebook ni el de usuario de la computadora, y en ésta tampoco acceso administrativo como para sembrarle uno de esos programas de espionaje de chats, navegación y contraseñas que él le había explicado que existían.

En ese punto, le entró otra duda que casi se le convierte en pánico, ¿y si él hubiera instalado un programita así en la computadora? Incrédula no quiso detenerse mucho en esa idea. Se impuso lo que muchas mujeres desde tiempo inmemorial deciden en sus matrimonios: hacerse la loca, la que no sabe ni le interesa. Después de todo, en su caso, los cachos virtuales le estaban resultando en un aumento del benchmark de su esposo como amante y mientras eso siguiera así, y las escapadas se mantuvieran en línea, no tenía por qué hacerse mayor problema.

Sin resentimientos, y en dominio de una incipiente paranoia, eliminó su otro perfil de Facebook, borró la historia de sus chats y sus búsquedas, toda prueba. Sólo le sería difícil olvidar la primera imagen de la infidelidad de su esposo: los dos grandes pezones apuntando hacia ella, ahora también avatar.

Dos textos escritos en mi iPad

Enrique Enriquez


1.

Soneto ( ˘ = da, / = DUM)


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2.

Un poema sobre la diferencia entre el computador y la máquina célibe (cuyas partes han sido convenientemente reordenadas alfabéticamente)



apetito

apetitos

arte

bicicleta

célibe

computador

de

de

deseo

deseo

dulzura

el

en

entre

erótico

es

es

gira

la

la

lo

letras

manivela

máquina

martillo

memoria

mientras

mutua

que

siete

sin

sin

teórico

torna

un

un

un

una

y

Soundtrack

José Urriola



El búnker es el mundo. Cuando lo construí pensé que estaba fabricando mi mundo a escala, el mío particular; pero no, ahora lo asumo, afuera no existe más, sólo existe el mundo del búnker. Y es que además afuera está la radiación y La Enfermedad. Yo a la radiación no le tengo miedo (de algo se tiene que morir uno, como decía el abuelo a los 93 mientras se encendía un Chesterfield con la colilla de otro), pero he visto ya a demasiada gente caer enferma. Se les va pudriendo el organismo y la cabeza se les queda atrapada en un eterno delirio, y no se mueren porque son inmortales. Se quedan para siempre congelados en ese segundo previo a la muerte.

Dios no existe, de existir no existiría La Enfermedad. Y si acaso hay un Dios tiene que ser mujer (aunque seguro que las mujeres no estarán de acuerdo con esto), porque las mujeres son inmunes a La Enfermedad, sólo ataca cuando reconoce cromosomas XY. Lo bueno -si se puede decir que sea bueno- es que la raza humana no está en peligro de extinción, para eso están la clonación y los bancos de esperma con sus millones y millones de muestras de semen a buen resguardo, y basta un solo espermatozoide XX para fecundar el óvulo y que nazca otra niña genéticamente blindada. Algún día las mujeres inventarán la cura o la vacuna para La Enfermedad y los hombres volverán a poblar el mundo para encargarse de destruirlo otra vez.

Bueno, la verdad es que no salgo tampoco porque afuera me están buscando. Si me agarran iré preso y seré torturado, así que mejor me encargo de ponerme preso y torturarme yo solito sin ayuda externa. Me buscan por hacker, por estar interviniendo desde aquí todas las computadoras, las cámaras de vigilancia y los sistemas de sonido de la ciudad. Aquí en el búnker –ni intenten buscarme, no lograrán rastrearme jamás- lo tengo todo conectado a mi computador central, soy el gran vigilante que lo mira todo, lo escucha todo, el que decide qué suena en cada corneta y qué se proyecta en cada pantalla. La banda sonora del mundo externo la controlo yo desde este cuarto. Me han acusado de muchas cosas, de fascista y de autócrata, entre otras. También de gran titiritero y maestro de ceremonias autoproclamado. Que no tengo derecho a obligar a una ciudad entera a escuchar la banda sonora que impongo desde mi guarida.

Dicen que, hace mucho, antes de la radiación y La Enfermedad, los dictadores obligaban a todos los medios a encadenarse en una única transmisión: cállense todos y escúchenme a mí que soy el más importante y el único con derecho a hablar. Me comparan con esa gentuza. Pero sus acusaciones son injustas y sin fundamente: yo no hablo, yo sólo les pongo música, lanzo videos, comparto mis películas, son cosas dignas todas ellas. El mundo es un lugar más habitable y con mejor gusto gracias a mí. Soy, aunque la ignorancia hoy no les permita comprenderlo, un filántropo. He puesto a cantar, a bailar y a llorar masivamente a miles de personas en una autopista, en centros comerciales, en vagones de metro y paradas del autobús; he convertido las calles y plazas en pistas de baile. La ciudad es un inmenso teatro donde espontáneamente se arman coreografías al ritmo de lo que les pongo a sonar con apenas un movimiento de dedo. Me basta con un clic para cambiar al mundo.

Durante un tiempo lo hice porque me daba la gana, sí, pero sobre todo porque sencillamente ‘podía hacerlo’. Y, sí, en esto también soy honesto y lo asumo, lo hacía según mi propio capricho: “Hoy vamos a amanecer a las 4 de la mañana escuchando a los Sex Pistols”. Y era hermoso ver a toda esa gente por medio de las cámaras de seguridad brincar de sus camas, salir de sus casas, taparse los oídos, mover las cabezas, bailar.

Hasta que cierto día –uno de furia mal mezclada con nostalgia- sobrevino la tragedia. Esa noche, a las 3.44 de la madrugada, cuando todos (todas, corrijo) dormían, les quise poner a sonar -a todo volumen y a través de cualquier aparato sonoro que hubiera en la ciudad- el Loveless de My Bloody Valentine. Se asustaron, maldijeron, vomitaron, corrieron a apagarlo (aunque ello implicara la destrucción del aparato de sonido). No imaginan la de gestos horribles que me hacían porque sabían que las estaba mirando desde el otro lado de la telepantalla. Pero es que la gente tiene muy mal gusto, hay que cultivárselo aunque sea a la fuerza. En fin, aquello de las 3.44 fue un despertar masivo, confuso, atormentado, repentino; excepto para una sola mujer, una mujer triste que, sentada al borde de su cama, reconoció la hermosura en medio del ruido, movió los labios sin interrumpir la sonrisa y cantó en perfecto sincronismo la primera estrofa de “Blown a Wish”

Midnight wish
Blow me a kiss
I'll blow one to you
Make like this
Try to pretend it's true

Y allí, en ese preciso y miserable instante, supe que nada volvería a ser igual. Que el soundtrack que le (im)pondría al mundo de afuera ya no sería para musicalizarlo a mi antojo, no sería ni siquiera para saciarme a mí mismo: la banda sonora sería exclusivamente para ella.

Ninguna criatura tan hermosa ni tan peligrosa como una mujer triste. Para mí lo fue cuando vivía afuera y lo sigue siendo ahora que sólo existe adentro. Me han dado, y me siguen provocando, unas ganas brutales de borrarles la tristeza y llenarles ese espacio en blanco con una sustancia que sólo yo puedo ofrecer e inocular.

Me dediqué a armarle el itinerario acústico del día a día a esa mujer. Un paisaje sonoro para acompañarla en las noches, para calmarle la ansiedad en las horas de insomnio o para arrullarle el sueño cuando por fin la tristeza le daba tregua. Música para despertarse, para cepillarse los dientes y lavarse la cara. Música para el desayuno, para el recorrido hasta el trabajo, para el almuerzo, para el café, para hacer la compra, para la vuelta a casa y para el fin de semana. Música para bañarse y cortarse las uñas, música para leer, música para llorar y dejar de llorar. Música para inventarse otros mundos mejores que éste.

Y la banda sonora (qué desgracia) surtió efecto. Le fue cicatrizando las heridas, le cerró el grifo abierto de los lagrimales y le montó en la cara la mueca patética de la satisfacción. Las mujeres alegres no necesitan que les pongan música, la música la llevan dentro. Me di cuenta de que había jugado tan bien que me había quedado fuera de juego. Fui tan bueno moviendo los hilos que la marioneta había cobrado vida propia, se zafó con elegancia y bailaba sola.

Ahora que ella es feliz, suene lo que suene, le ponga lo que le ponga, ahora que se ha hecho inmune a mí, la vida ha perdido todo sentido. Se ha desconectado y ahora me toca a mí. Desconectaré todos los cables, apagaré las máquinas, abriré la puerta del búnker y saldré por fin a dejarme abrazar por la radiación y La Enfermedad.

Pongo una última canción, la canción para mi muerte. Un soundtrack para mi despedida. Mientras suenan por todos los altavoces de la ciudad los primeros acordes de mi canción final, echo un último vistazo a mi búnker, mi mundo. En el monitor que se va apagando con luz mortecina se ve, al fondo, fuera de foco, la tentadora imagen de otra mujer triste.