No subject

María Ignacia Alcalá





Nunca antes había tenido a quien escribirle.


A ella la conoció durante un viaje largo. Le tocó vivir una temporada solo en un lugar mínimo, donde se terminaba siendo vecino de todo el mundo. De todas las heridas que se ha hecho (porque viajar no es sino irse hiriendo de hermosura) ésta duele más y no se cura. Antes de despedirse ella le pidió que se escribieran y le mostró lo fácil que era. Lo difícil se iría descubriendo poco a poco.


Nunca antes había tenido a quien escribirle, ni sabía lo que era esperar frente a una pantalla.


Ella tenía un tatuaje que no se revelaba si estaba vestida. Era un sobre cerrado, con todo lo de adentro como una promesa. Las primeras semanas la vio siempre de lejos, o de cerca pero brevemente, para no exponerse demasiado. Luego un día ella se sentó a su lado en una clase. Lo tomó como una señal. Miró al frente un rato y luego se inclinó para decirle algo. El verdadero secreto estaba en la cercanía de su boca. Iba pronunciando poco a poco, tomando el tiempo para escoger las palabras que más se parecerían a besarla. Ella asintió varias veces. Y ya no dejó de hacerlo hasta que se separaron.


En los primeros correos (que fueron muchos, como para compensar con el tecleo no poder tenerse más) a él le incomodaba tener que titular sus palabras, ponerles un asunto. Ella era una experta. Ponía títulos en inglés y en español, ponía pedazos de canciones, pedazos de poemas, pedazos de películas. Dejaba pistas en esa línea: decía si estaba bien o mal, si peleaba, si le contaba algo doloroso, si estaba preocupada por algo. Él tomó la costumbre entonces de tratar de adivinar qué diría el correo. Veía un rato el título y luego lo abría. A veces se iba, lo dejaba para la noche. Le reconfortaba saber que esa especie de sobre cerrado, con una promesa adentro, esperaba por él.


Nunca antes había tenido a quien escribirle, ni sabía lo que era perderlo y quedarse de repente con un hilo que no termina en ningún lugar.


Durante casi un año se enviaron fotos (ella más que él), música (solamente ella), títulos de libros y de películas. Los planes de una reunión, tan concretos al principio, fueron destiñéndose. Y un día él decidió dejar de escribir. Era cruel seguir haciéndolo. Ella insistió durante unos meses más. Envió muchos correos (casi tantos como al principio). Finalmente envió uno sin título. Él lo vio a través de lágrimas, sus últimas lágrimas. Y lo hizo desaparecer de su pantalla, cerrado.


Sigue escribiendo e.mails, de negocios todos: da órdenes, pregunta por dinero, discute sobre tiempos. Pasa gran parte del día frente al computador. Y ya no se decepciona de no encontrarla en su pantalla; casi nunca, por lo menos.

1 comentario:

  1. ...Siete mil doscientas revoluciones por minuto, ciento veintinueve kilómetros por hora, un caudal de infinitas láminas de aire lamiéndola por dentro... CONTINÚA...

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